martes, 31 de mayo de 2011

ASOCIACIONES A LA PALABRA TIERRA



Tierra, femineidad, vientre, barbecho, cadera escindida, piel expandida, pechos dulces, vía láctea,vigilias prolongadas, pequeñas alegrías, nanas susurradas, duermevela. Sumas

Ruedos alargados, besos secos, palpitaciones, mejillas encendidas, manos torpes, libros pesados, proyectos, faldas ajustadas, escotes imaginados, devaneos, libertades, búsquedas, encuentros, sueños compartidos, paréntesis. Multiplicaciones.

Palabra viva, frutas maduradas, cosechas recogidas, amores adquiridos, círculos concéntricos, nostalgias no digeridas, transparencias, soliloquios, provocaciones, tiempo en espera. Restas y divisiones.

viernes, 20 de mayo de 2011

LEER PARA ESCRIBIR




Escribimos, y a veces, la palabra cae en tierra fértil y abonada, que la recoge ávida de pensamientos e ideas floreciendo y germinando. Después, esta a su vez, también se multiplica y propaga. Otras veces la palabra cae en tierra que aun no está preparada para recibirla y apenas leída, desaparece en lo más espeso de nuestra memoria.

Leemos, y esas palabras nos abrieron a la vida, ensanchando nuestra mirada, haciendo un espacio permanente en nosotros.Por Tolstoy con su Ana Karenina,  conocimos el amor suicida y generoso, mas allá del propio instinto de conservación. En general, con los clásicos rusos, entre sus miles y miles de palabras y docenas de personajes, fuimos conociendo la psicología humana, envuelta en arquetipos, complejos unos, simples otros, que nos sirvieron de espejo donde mirarnos.

Galdós y Unamuno,   a través de unos personajes que podríamos encontrar en cada esquina de pueblo o ciudad, nos descubrieron esas dos Españas, de las que hablaba el poeta,  de que una de ellas, o quizás las dos, nos helarían el corazón, años mas tarde.

La poesía cobijó nuestros primeros amores. Fue cómplice de latidos y sonrojos, de búsquedas amorosas, terribles decepciones. Machado, Lorca y Hernández, nos acompañaron  con su influyente y sutil voz.




La necesidad del cuarto propio, de nuestro espacio intimo y ganado por derecho, a golpes muchas veces, nos lo hizo evidente Virginia Woolf y Simone de Beauvoir, que nos abrieron los ojos y nos tendieron las manos para apoyarnos las unas en las otras.

Con Clarice Lispector nos reconocimos en la niña que escribe en Felicidad Clandestina. Recordamos a la compañera maluca, envidiosa y fea que en algún momento de nuestra infancia, nos atormentó la vida, y hubiéramos querido fumigarla cual animalito rastrero, pero nuestra indefensión infantil, no nos lo permitió.

Rupert Sheldrake, Paul Maclean y Eduardo Punset, confirmaron nuestras sospechas de que somos producto del azar, de una evolución maravillosa y compleja. De que el alma está en el cerebro, ese órgano misterioso que los científicos van descubriendo constantemente. Que el miedo a la muerte, es el gran motivador para establecer religiones y para la creación en general.

Leemos y escribimos para conocernos y entender un poco, el mundo que nos rodea.  A través de las lecturas vamos formando nuestros propios criterios y estilos de vida. Lectura, escritura, dos actos que se complementan, se enriquecen mutuamente y no se conciben el uno sin el otro.

miércoles, 11 de mayo de 2011

ÉRASE UNA VEZ, HANS CHISTIAN ANDERSEN


Dicen que la vida se puede vivir de muchas maneras, una de ellas es como un cuento. Así lo quiso Hans Christian Andersen. Desde su nacimiento tenía todos los componentes de un cuento clásico, y con los años, él se encargó que tuviera el final feliz que los caracteriza. En su autobiografía escribe: “mi vida es un cuento maravilloso, marcado por la suerte y el éxito”. Pero como todos sus personajes, vivió las contradicciones humanas, sólo que en su empeño por salirse de los caminos establecidos, logró hacerse uno a su gusto y transitar por él.
Nace el 2 de abril de 1805, en una Dinamarca fría y luterana, poseedora de la monarquía más antigua de Europa (siglo X).En su memoria colectiva habitan duendes, ninfas, elfos, ondinas, hadas y brujas, seres especiales con los que el escritor irá tejiendo las largas trenzas de Rapuncel. Su padre, un zapatero remendón, de escasa cultura pero de imaginación desbordante, fue el encargado de crearle un mundo paralelo, lleno de fantasía, donde padre e hijo se encontraban y compartían el arte del escapismo del precario mundo que los rodeaba. Con Simbad el marino y Scherezade, las noches danesas se volvían cálidas y se multiplicaban por mil y una las historias que únicamente el sueño acallaba. La muerte de su padre cuando Hans contaba 11 años, lo dejó huérfano de historias y de sueños. Su madre se volvió a casar, y en sus momentos de sobriedad, pensaba que el oficio de sastre sería el ideal para ese adolescente de piernas largas, nariz prominente y ojos tristes.




A los 14 años y después de la muerte de su madre, Andersen con la maleta más llena de fantasías que de otra cosa, se muda a Copenhague. La ciudad lo recibe indiferente, y pronto entra a formar parte del gheto de los olvidados. Intenta ser actor y cantante, ya que tiene una capacidad innata de inventarse la vida; pero pasa hambre y frío. La soledad no lo abandona hasta que conoce a Jonas Collin, director de Teatro Real, el que será su benefactor por el resto de la vida. Collin le consigue una beca para terminar sus estudios de bachiller en la escuela de Slagelse, graduándose a los 23 años. A partir de entonces empieza a escribir, dando forma y materializando las historias que inundan su cabeza. Andersen era un hombre polifacético, se interesaba por el teatro, la poesía, los libros de viajes, pero en una conversación con su gran amigo Hans Christian Orsted, éste le animó después de leer sus novelas y cuentos, a que se decidiera por estos últimos: “ya que las novelas le harían famoso, pero los cuentos inmortal”. Andersen continuó escribiendo obras para el teatro y novelas, siendo precisamente sus novelas las que le abren el camino, cuando son ampliamente difundidas en la Alemania de 1830. Se publican más tarde sus primeros cuadernillos de Cuentos contados para niños, y poco a poco comienza a adentrarse de una forma profesional y remunerada en el mundo de la literatura infantil. Sus narraciones promueven una mirada nueva sobre los cuentos, ya que su creatividad innovadora convoca a hacer un viaje hacia el mundo interior de los protagonistas. Sus personajes son desdoblamientos de él mismo: luchadores empecinados, que no se quejan de las dificultades por las que tienen que pasar, más bien salen fortalecidos, porque lo importante es mantenerse fiel a sus propósitos e ideales reflejándolo admirablemente en el cuento El patito feo, suerte de metáfora autobiográfica. Sus personajes están tomados de las viejas leyendas y de los cuentos populares, pero Andersen les arropa con su impronta haciéndolos únicos. Sus temas son los que han movilizado al ser humano desde el comienzo de la historia: el amor y el odio; el bien y el mal; la bondad, la avaricia, la pobreza; la soledad y la muerte. A cada tema le dio un trato especial, su sensibilidad y el recuerdo de su pasado hacían que se impresionara ante las situaciones de pobreza y abandono, reflejándolas en historias como La vendedora de fósforos.



Nunca pudo desprenderse de la sensación de soledad que le dejó su infancia. Como no formó una familia, vivía en pensiones y hoteles, y más tarde, cuando la fama lo orropó con su brillo, pasaba grandes temporadas invitado en las casas señoriales danesas. Hans Christian Andersen siempre estuvo de paso, no se enraizó a ninguna tierra. Con Dinamarca mantuvo una relación de amor-odio, no podía pasar grandes temporadas lejos, pero cuando volvía a ella, criticaba duramente su conservadurismo y la estrechez de miras con las que se vivía. Sus diarios describen a un hombre que no se pudo deslastrar de su origen de clase y reiteradamente lleva al papel el argumento del desarraigo social, ejemplo de ello es la obra de teatro El mulato, historia de un hombre que no es ni negro ni blanco, que vive entre dos mundos y es afectado por la rebelión de los esclavos. En la Sirenita también reflejó el tema de vivir entre dos aguas, entre dos mundos; la tristeza de dejar un mundo, sin ser aceptado totalmente en el otro superior. Deambuló entre la aristocracia, la alta burguesía y los estratos más bajos de su proletariado, sin sentirse identificado plenamente con ninguno de ellos; quizás este fuera el motivo de su desarraigo y angustia existencial. Vivió en Odense su ciudad natal y Copenhague, y después, pasó 9 años recorriendo el mundo; fue el escritor danés de su época que más viajó. En Inglaterra conoció a Dickens con el que compartía la mirada hacia los más humildes y a través de éstos describió la sociedad de su época. De Italia le conmovió su arte y la belleza de su paisaje. Entre 1862 y 63 viajó por España, quedando fascinado por la ciudad de Málaga; su mar, el encandilamiento de su luz y el sentimiento festivo de la vida que poseía el andaluz, le impresionaron gratamente. Después de largas jornadas de viajar, se sentaba a la mesa y escribía sus impresiones sobre el país.



La vida de Hans Christian Andersen se desarrolló entre el espacio vacío que le proporcionaron dos culturas, dos clases sociales, dos épocas; polos opuestos entre los que se busca el balance y la seguridad del punto medio, pero es también el lugar en el que se percibe con más claridad, el desarraigo existencial y la soledad.



El amor también fue para Andersen un lugar de paso. Se relacionó con las mujeres unas veces en términos amistosos y familiares y otras, consagrándoles un amor platónico propio de un poeta. Con la cantante sueca Jenny Lind le unió una relación muy especial: “estábamos en 1840, y entonces nació una amistad que tuvo para mi gran importancia en lo espiritual”, escribe en sus diarios. La conoció siendo ya famoso, admiraba su belleza y su hermosa voz; en cierta ocasión le solicitó su contribución artística para la causa de los niños desamparados, ella aceptó gustosa ya que lo admiraba y sentía un gran respeto por el hombre que había enfrentado su destino tan valientemente. Cuando la cantante estaba en Copenhague, se veían casi a diario, y cuando los compromisos artísticos de ambos los separaban, mantenían una fructífera relación epistolar. Su relación con los Collin le dejó un recuerdo agridulce. Jonas Collin fue su benefactor y amigo hasta el final de su vida, encontrando en ellos una autentica familia. Pertenecientes a la intelectualidad de la alta burguesía danesa, ejercieron de mecenas ya que creían en su gran capacidad como escritor y artista, pero se les hacía muy difícil salvar el gran escalón social que los separaba. Hans se sintió atraído por Edvard el hijo de los Collin, para el escritor representaba los valores tanto individuales como sociales que él admiraba: su educación exquisita, la nobleza de su cuna y la seguridad que le había proporcionado el haber nacido en el seno de una familia estable que cubría, al menos en apariencia, todos los cánones ético-sociales que exigía la época.

Para 1840, Andersen ya era un escritor reconocido internacionalmente, sus cuentos se editaban en todos los idiomas europeos. Frecuentaba los principales personajes de la nobleza danesa y el rey le concedió el titulo honorífico de Consejero del Estado y tiempo después, el de Hijo predilecto de la ciudad de Odense. Su fama y reconocimiento no le hicieron olvidar lo humilde de su procedencia y el esfuerzo inmenso que había supuesto el emprender el vuelo y remontarse, como su personaje de la cigüeña, en lo más alto de la escala social. Fue el primer escritor danés que aceptó la invitación para contar cuentos en la Asociación de Trabajadores. Durante más de veinte años contó sus cuentos a los centenares de oyentes que le oían fascinados. Quizás fuese la manera que encontró de agradecer a la vida; o quizás, sólo se sentía uno más entre los hombres y mujeres que libraban batallas diarias contra la desesperanza y el olvido.

El día 4 de agosto de 1875 muere Andersen en la ciudad de Copenhague. Es enterrado como era su deseo, en el pabellón donde reposarán también años más tarde, su amigo y heredero universal Edvard Collin y su esposa Henriette.


lunes, 2 de mayo de 2011

ENCUENTROS / DESENCUENTROS



Obra de Ana Muñoz



Me digo tantas veces, tengo que dejar de espiar sus ventanas, su balcón cerrado al viento y a la luz, de perseguir su voz por los pasillos de las escaleras; de buscar el encuentro fortuito en el portal.
Pero necesito que él sepa que existo, que estoy cerca, y como animal en celo acechando sus movimientos. Si él lo supiera, quizás compartiría su soledad con la mía, olfateando ambientes, propiciando acercamientos. Pero no lo sabe, quizás solo lo imagina, porque siento que también conoce la ansiedad de mi mirada, porque se detiene en ella, en mi cuerpo que se tensa en su presencia.
De pocas palabras como yo, solo nos reconocemos en los silencios que nos identifican ante los otros, y cuando nos espiamos el mas pequeño de los movimientos.
Pero es respetuoso, sabe que soy casada, que tengo dueño, y que este me guarda en una cajita de cristal, por donde yo miro y sueño. Y las veces que he salido de ella, me aturdo y me enredo como un animal diurno en la oscuridad. Por eso quizás solo acecho, husmeo y después me repliego sobre mi misma.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...