lunes, 19 de septiembre de 2011

LOS SENTIDOS Y EL ESCRITOR (y 2)




El gusto. El sentido más sabroso

Laura Esquivel en su libro Como agua para chocolate nos muestra el placer y el erotismo en la cocina. Universo femenino y críptico en la lucha contra el patriarcado que somete. Con un lenguaje metafórico sus protagonistas van evocando sus sentimientos paralelamente a la elaboración de los platillos, como tesoros únicamente entendibles por el alma femenina y que fueron pasando de generación en generación.
El espacio de la cocina ha sido trinchera para la mujer desde hace miles de años y a su vez, también ha sido el hogar caliente y seguro que calma y reconforta, lleno de olores, ruidos y sabores que nos conducen a lo más remoto de nuestros orígenes. Por medio del simbolismo de la cebolla, nos muestra el concepto arquetípico de la mujer-sufrida, del destino trágico de su género. Yo prefiero verlo desde otro concepto: el de la mujer que evoluciona y rompe estereotipos; que busca al hombre para caminar a su lado, ni detrás ni adelante; y que, simbólicamente, como la cebolla, se va deshaciendo de capas inútiles, que si bien la han protegido durante toda su historia, también le han impedido llegar a mostrar su verdadero núcleo.





El tacto. El sentido más sensual y cambiante.

A la piel se la reconoce por el tacto, en el sentir de las minúsculas terminaciones nerviosas, como una suerte de ejércitos primeros en explorar territorios desconocidos. Nos protege y nos alberga, habitamos en ella, por necesidad y también, por una especie de lujo que nos concedió la naturaleza.
Cuando la piel se expresa, es siempre mas autentica que nuestras palabras, porque escapa al control y gobierno del cerebro, ese tamiz fino, pero de fuerte tramado que alberga todas las restricciones que el ser humano ha ido inventando. La piel, poco a poco nos fue dando identidad, para bien o para mal, nos etiquetó con marcas indelebles capaces de alejarnos o aproximarnos a los otros. Sobre ella, como en un dúctil papiro, se escribió nuestra vida, recogiendo alegrías y pesares, los desvelos por lo nunca alcanzado, o la placidez del sueño a la sombra de un olmo verde.
Como el poeta, confesamos que hemos vivido, y que no negamos el mas mínimo surco escrito en ella.
A veces, nos metimos curiosos en pieles ajenas e intentamos ver el mundo desde ese nuevo lugar, para confirmar después, que a pesar de los pesares, el nuestro era mejor, aunque solo fuera por lo conocido.




El escritor sabe como nadie de los cambios de piel. De la inquietud y el desvelo que padece cuando sus personajes, indefensos y desorientados rondan al principio por su mente, en busca de un autor que les de un destino que vivir. Pero, los personajes como los hijos, solo son prolongaciones nuestras, que llegado su momento, se independizan dejándonos también, un poco huérfanos.
Por medio de los personajes, se busca el vivir vidas ajenas no atrevidas por inseguridades, cobardía, o la comodidad de la rutina; y cuando esas barreras se logran superar, ha cambiado tantas veces de piel, que la suya propia, llega a ser una amalgama de todas las demás en las que anduvo. En ese querer vivir otras vidas, aunque sea puro artificio, se apuesta y se expone la piel, quedando desprotegidos.




A través de ellos, y dependiendo de la imaginación, las carencias, o los “yoes” que nunca emergieron del interior de nosotros, seremos: audaces y sensuales cabareteras, científicos brillantes y medio locos; aventureros suicidas que se sumerjan sin miedo en los agujeros negros de la razón.
Cada personaje creado lleva nuestro rastro, marcas de agua, ciertos aromas que nos identifican como autor, especie de huellas dactilares que exponen nuestra historia de vida a la crítica ajena; porque somos dueños de la palabra emitida, pero no de su interpretación.
Otras veces el personaje creado, poco a poco se fue apoderando de nuestras palabras y actitudes, y con él dejamos que los demás nos reconocieran en un juego de identidades.
Pasó también, que el personaje creado, se apoderó del espacio y la fama de su creador, anulándolo prácticamente, como en el caso de Arthur Conan Doyle y su celebrado Sherlock Holmes.

Por eso, quizás dicen que los escritores, tienen rasgos de esquizofrénicos, por aquello de la cantidad de personajes que pueblan su mente, heterónimos conscientes y admitidos, o no conscientes, pero que de igual forma se hacen presentes con sus rasgos y características particulares. Arturo Graf lo tenia bien claro cuando decía: “El de la locura y el de la cordura, son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra”.

lunes, 5 de septiembre de 2011

LOS SENTIDOS Y EL ESCRITOR ( I )




Al buscar la definición de sentido, me encuentro con numerosas acepciones que van desde la expresión de un sentimiento, razón de ser, interpretación, etc. hasta llegar al sentido común, de la orientación, del equilibrio. Pero quiero referirme a los sentidos más utilizados o que más nombramos como la vista, el olfato, el oído, el gusto, el tacto, y hacer una conexión con el escritor, de cómo los percibe, los utiliza y se deja conducir por ellos, en el ejercicio de la comunicación y de la creación de personajes. Me llama la atención que estos, aunque por el adjetivo pertenecen al genero masculino, cuatro se perciben por medio de orificios de distintos tamaños y de diferentes formas. Pareciera una suerte de componenda de lo femenino, entendiéndose por femenino todo lo cóncavo, lo oculto, lo húmedo.




La vista . El sentido que más nos ubica

Alfredo Gómez Cerdá a la pregunta insistente y repetitiva de cómo se inspiraba a la hora de escribir, explicaba que él distinguía dos miradas: la interior y la exterior. La interior es la que dirigía hacia sí mismo, a su microcosmos. Su mundo interior está implícito en la creación de los personajes y a través de ellos indaga, formula y resuelve sus propias dudas. Por medio de la mirada exterior da cuenta del determinado momento histórico de un país, de la sociedad en que está inmerso; en la que él es también actor y espectador.
Esas dos miradas, no necesariamente van por separado, sino que están contaminadas la una de la otra generalmente. Algunos autores, por su determinada personalidad y recurriendo a sus vivencias, han preferido la interior; Dostoievski, en el Jugador, refleja su afición por el juego y la falta de control sobre éste, y através de la descripción del personaje hace un estudio riguroso del alma humana y todas sus vertientes. Otros, dieron más cabida al mundo que los rodeaba, conscientes de hasta que punto eran condicionados por una sociedad y unos lineamientos con los que le había tocado vivir. Charles Dickens por medio de sus protagonistas y las aventuras y desventuras de estos, describe con la minuciosidad de un historiador, el momento histórico en que enmarca sus personajes, la Inglaterra victoriana y los cambios que trae la proximidad de un nuevo siglo. También se podría decir que cada mirada a su vez engloba a otras muchas, que hace que sea infinito el camino por el que puede transitar un escritor.




El olfato. El sentido más evocador.

Según el científico Ellis Havellock, el olfato es el más desarrollado de los sentidos entre los mamíferos; el primero en informar con mayor precisión de todo cuanto a ellos se aproxima. Aunque ya, en el mono perdió su importancia, y en el hombre es casi sustituido por la vista. Aun así, conservó una fuerza emocional, que tal vez dependa de que su centro anatómico está situado en la parte más antigua del cerebro. Es un sentido imaginativo ante todo. Ningún otro sentido como este tiene el poder de la sugestión, la habilidad de despertar antiguos recuerdos con reverberaciones amplias y profundas. Bidet, en sus estudios sobre la preponderancia emocional de los olores en los casos de neurastenia, cita a Baudelaire y a Zola. En Las flores del mal, el poeta fue uno de los que más insistió en el significado imaginativo y emocional del olor. Por su parte Zola en todas sus novelas, pero particularmente en La falta del abate Mouret, se ve la misma insistencia acerca del significado de los olores de todos sus mas amplios registros. También se comprobó que Zola era de un tipo olfativo psíquico, que en él influían de un modo especial los olores y que tenia para ellos una memoria extraordinaria.
Del mismo modo que Zola, Nietzsche en sus escritos demuestra una sensibilidad y marcada antipatía hacia varios olores, cosa que ha sido considerada como una prueba de su gran sentido y agudeza olfativa.





El oído. El sentido que nos conecta

Si alguna vez hemos hecho la prueba de taparnos los oídos cuando estamos rodeados de gente, la sensación que tenemos, es de total aislamiento, de soledad. Tal es el poder de este vínculo que nos conecta y nos hace participar de lo que sucede a nuestro alrededor. Si por alguna razón quedáramos desconectados del exterior, creo que como método de salvación, volveríamos la mirada y la voz hacia dentro de nosotros. Han sido muchos los creadores que nos han dado muestra de ello: Beethoven, Goya y en la literatura  Pierre de Ronsard, escritor francés del siglo XVI. El hecho de quedar sordo por una enfermedad en su niñez, hizo que variara el rumbo de su historia. Noble de nacimiento, estaba predestinado a las armas sirviendo en la corte de Carlos IX. Su aislamiento le introduce en el mundo de las letras. Junto con otros compañeros también sordos funda La Pléyade y empieza a escribir poesía en francés, cuando sólo se utilizaba el latín. Aporta a la literatura universal el reconocimiento del francés como lengua de gran poder y belleza. Muere en 1585 casi completamente olvidado.


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