lunes, 31 de enero de 2011

FRAGILIDAD DE LA TIMIDEZ

Imagen de Daniel Richard
                                                                        

Al tímido se le reconoce aunque haga todos los intentos por aparentar desenvoltura y naturalidad. El tímido se hace, no nace. Es una marca indeleble que permanece con el individuo mientras sea tal. El tímido siempre piensa que es el foco principal de atención, se siente el centro, la diana de todas las miradas y comentarios, representando una enorme contradicción, ya que precisamente es tímido por que se cree en minusvalía, porque no cumple con los standards normales de agrado popular. Hace un esfuerzo enorme por disimular su carácter y, en ese esfuerzo, inútil a veces, se delata porque no aparece la naturalidad y la espontaneidad que se da en lo que fluye y emana naturalmente.

El tímido puede ser mal interpretado muchas veces, se le cree antipático y arrogante, hasta mala gente. Pero sólo basta penetrar por alguna ranura de su coraza, que siempre permanece abierta, para darse cuenta de que su fragilidad, precisamente, la que lo hace protegerse en el trato con los demás. Su fragilidad le hace vulnerable y quebradizo y de alguna manera sabe que ante los otros, es mejor no mostrar flancos desprotegidos.

El tímido es miedoso. Seguramente hubo un episodio en su vida en que fue lastimado, un primer momento en que sintió que solo contaba con él mismo y dejó de confiar, replegándose hacia su epicentro. Pero el tímido también ha creado sus propias defensas a manera de escaras. Simone de Beauvoir decía que no había nadie más audaz que un tímido convencido de su argumento, porque en ese instante en que se cruzaron el convencimiento y la valentía, se produjo la chispa luminosa y breve que proporciona el alivio.

Al tímido también se le reconoce por sus signos externos. Aunque los latidos de su corazón sólo son perceptibles para él mismo, el incendio de sus orejas y de su rostro en general, lo delatan. Las palmas de sus manos se cubren de rocío violento, las ideas huyen de la memoria y la lengua se enreda entre palabras atascadas.
                                                            
El tímido en ese momento quisiera desaparecer, auto borrarse, tragarse a si mismo sin dejar señales de que un día existió. Pero no se desaparece, por el contrario, se hace más evidente su presencia.

Como todo pasa y todo queda, los signos visibles remiten en su momento y el tímido vuelve a su timidez, a su atalaya desde donde puede mirar sin ser visto, desde la seguridad del encierro y a través de las pequeñas ventanas por donde se comunica con la vida, en una relación de amor y odio. A veces el tímido, hace un esfuerzo sobre humano para socializar, toma unos tragos, se fuma un pitillo y conversa aparentando una normalidad que al cabo del tiempo, sólo le deja cansancio, y algunas trazas de satisfacción.

En el afán que existe hoy en día de tener todo clasificado y etiquetado, al tímido se le puede encuadrar en el género de los introvertidos, de aquellos de naturaleza vacilante y reflexiva; de los que viven encerrados en si mismos, en su mundo interno donde sólo ellos tienen acceso y lugar. El mundo exterior representa para ellos un reto por el que se mueven con cautela y a la defensiva. El polo opuesto es el extrovertido, el que disfruta interactuando con las demás, asumiendo los retos que a diario se le presentan, con  la expectación y alegría de todo aquel que considera que la vida, es una constante fiesta en la que él, es el invitado principal.

El arte puede representar para el introvertido un aliviadero, una compuerta abierta al caudal de emociones y sentimientos que le habitan. De grandes tímidos está la literatura plagada, porque es en las actividades solitarias donde se encuentra mas a gusto, en el soliloquio que mantiene con su alma, donde puede hallar las respuestas a las preguntas que conviven con él.

martes, 25 de enero de 2011

SISSI, ROMY SCHNEIDER, ROSE -MARIE ALBACH.

                                                          

Hay personajes y actuaciones que marcan la vida de los actores. Los encasillan en estereotipos predeterminados por un director o por la productora de turno encargada de vender el producto.

A veces, los dos personajes, el real y el ficticio, concuerdan y la actuación se desliza sola en el metraje de la cinta. Otras veces, y según la versatilidad del actor, son capaces de meterse en la piel de cualquier personaje y hacerlo suyo, alter ego de su personalidad, así como Pessoa creaba sus heterónimos con los que firmaba sus obras literarias.

En la década de los 50, cuando Europa se estaba recuperando de sus heridas de guerra, el realizador austriaco Ernst Marischka creaba la saga de Sissi, la edulcorada trilogía que contaba la historia de Elizabeth de Baviera, emperatriz de Austria.

Romy Schneider fue elegida para este papel. Tenia 17 años, la energía y el encanto necesarios para crear un personaje, que en poco o en nada, se parecía a la melancólica y excéntrica Elizabeth.

Las películas Sissi, Sissi emperatriz, y El Destino de Sissi fueron todo un éxito y con el tiempo se han convertido en clásicos de la filmografía.
Hija de actores, estaba familiarizada con las cámaras, las luces y la soledad. Los 5 años que pasa interna en un colegio de monjas en Austria, le sellan el carácter volviéndola retraída y solitaria. De regreso a casa, decide estudiar en la Escuela de Bellas Artes, dibujo y diseño, hasta que por petición de su madre, debuta con ella en Lilas Blancas, del realizador Kurt Ulrich.

En 1958 conoce a Alain Delón en Paris, relación apasionada y tormentosa, siempre al borde del rompimiento por los amoríos de Alain y constantes depresiones de ella. Con periodos largos de sequía amorosa, será una relación que mantendrán de por vida, a distancia a veces y otras, haciéndose presente en los momentos mas difíciles, por los que pasaran ambos independientemente.

Se casa en 1966 con el actor y director de teatro Harry Meyen, tiene a su hijo David, y se retira dos años del cine para criarlo. De su segundo matrimonio con Daniel Biasini nace Sarah, en Saint Tropez, después de tener un primer embarazo, que terminó en perdida.

Luchino Visconti, rueda en 1973 Luis II de Baviera y le ofrece interpretar de nuevo el papel de Sissi, pero esta vez, dando vida a un personaje mucho mas real y objetivo, donde aparece la simetría de caracteres entre el personaje y el actor, sus melancolías y soledades.

                                                                
Trabajó en 60 películas en 43 años, y fue dirigida por los mas prestigiosos directores del la época: Visconti, Losey, Orson Welles, Otto Preminger, Chabrol, Bertrand Tavemier, Woody Allen; y Claude Sautet, con el que mantuvo una intensa relación de trabajo y amorosa, sabiendo explorar en ella, los mejores registros dramáticos de su carrera.
Con historias comunes y mínimas, de personajes que sólo se destacan al ponerles un foco de luz sobre sus cabezas, construye un universo de reacciones humanas para hablar de la monotonía de la vida, de los destinos de cada cual, que solo surgen y se manifiestan, a través de todo lo que se escapa a nuestro control, de lo que no ha sido previamente, considerado como propio en nuestras vidas.

En junio de 1981 muere David, el hijo de 14 años, al quedar ensartado en la reja del jardín de su casa. El encargado de darle la noticia es Alain Delon. Romy devastada por la tragedia se refugia en un hotel, a donde la va a buscar Alain para llevarla a su finca, y cuidar de ella, lejos de la medios de comunicación.
El insomnio y las depresiones se agudizan, y el alcohol se vuelve insustituible en su vida.
Sobrevive 10 meses a la muerte de David, escribiendo cartas a sus amigos donde hablaba de su hijo como si estuviera vivo, y los hechos ocurridos solo hubieran sido un mal sueño, del que despertaría en cualquier momento

martes, 18 de enero de 2011

MEJOR QUE ARDER



Clarice Lispector

Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.

Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.

Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor.

Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.

Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:

-Mortifica el cuerpo.

Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio*. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.

Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.


Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban.

No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo.

La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.

Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba.

Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.

Hasta que le dijo al padre en el confesionario:

-¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!

Él le dijo meditativo:

-Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.

Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya.

Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas.

Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre.

Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.

Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre.

Y sucedió realmente.

Fue a un bar a comprar una botella de agua. El dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de Clara. No quiso que ella pagara el agua. Ella se sonrojó.

Pero volvió al día siguiente para comprar cocada. Tampoco pagó. El portugués, cuyo nombre era Antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. Ella se rehusó.

Al día siguiente volvió para tomar un cafecito. Antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. Aceptó.

Fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. Durante la película estaban tomados de la mano.

Empezaron a encontrarse para dar largos paseos. Ella con sus cabellos negros. Él, de traje y corbata.

Entonces una noche él le dijo:

-Soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar ¿Quieres?

-Sí -le respondió grave.

Se casaron por la iglesia y por lo civil. En la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. Pasaron la luna de miel en Lisboa. Antonio dejó el bar en manos del hermano.

Ella regresó embarazada, satisfecha y alegre.

Tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.

FIN
                                                                     
Cilicio: n. m. Faja de cerdas o cadenillas de hierro con puntas, que se lleva ceñida

Cortesía Ciudad Seva

miércoles, 12 de enero de 2011

CLAUDE CHABROL, LA VIGENCIA DE SU OBRA




Como aun el calendario interno no acaba programar el nuevo año, y la ciudad todavía no despierta del todo, me fui al cine a ver una retrospectiva de la obra de Claude Chabrol, en el Celarg. Cuatro gatos de origen europeo y nostálgicos como yo, calentaban la sala.
Hacia muchos años que no veía nada de él, y me encantó ver que su cine sigue teniendo plena vigencia, por lo entendible y actual, por su temática interesante; porque en esencia el ser humano es el mismo, en todos los continentes y en cualquier tiempo. En “Una doble vida” (Á double tour 1959), Chabrol comienza con lo que será durante su carrera un tema recurrente: la critica feroz de la alta burguesía francesa, clase social que conoció de cerca.

Historia de una familia convencional burguesa, católica y funcional, pero que cuando es observada de cerca se sostiene en la apariencia de una normalidad y funcionabilidad inexistentes. Matrimonio de larga data, con dos hijos adultos, que aun están por descubrir su personalidad, emociones e intereses, ya que han sido rodeados por un mundo de representaciones donde todo forma parte de un decorado y una puesta en escena. El peso de las apariencias, el famoso “que dirán”, la falta de cuestionamiento a los valores heredados y una apatía de carácter, hace que estos personajes se muevan, de lo absurdo a lo oscuro de la conducta humana.

Chabrol dirige a sus personajes con autenticidad, mostrando sus acciones de una manera clara y entendible, en una construcción que va hilvanando las escenas con absoluta coherencia y belleza de imagen.
Bien dibujada la figura de la madre neurótica, aferrada a modelos caducos y falsos, atrincherada en los valores de su clase, e incapaz de levantar la voz ante un marido, aburrido ya de representar lo que no siente, porque el tiempo y el uso lo ha desgastado hasta convertirlo en un cínico, que no obstante, aún cree en la redención de su vida, por medio de un amor sincero.
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Jean Paul Belmondo y Antonella Lualdi, representan al novio de la hija y a la amante del padre. Él, un vivalavirgen simpático y amoral en apariencia, y ella, la amante por antonomasia que desbarata matrimonios que se sostienen sólo por una inercia enfermiza. A pesar de ser los que viven al margen de lo políticamente correcto, son los más coherentes en sus acciones. Ella será el chivo expiatorio, la sacrificada, en la cual la familia verterá sus frustraciones y rencores.
Él, los forzará a abrir los ojos y enfrentar de una vez por todas, los riesgos y las consecuencias que implica vivir, en la mejor acepción de la palabra.
Altamente recomendable, cerca de 2 horas de buen cine, cosa que se agradece en estos días de tanta película hollywoodiense.

miércoles, 5 de enero de 2011

ENERO Y LIBROS USADOS

                                                   

Siempre espero que el año nuevo traiga cosas buenas y novedades, entre ellas libros, por eso el 31 de Diciembre me fui a pasear por el mercadillo de libros usados, y allí encontré a Kierkegaard y su Diario de un seductor.
Como estaba bastante sucio, se me ocurrió meterlo en el microondas, por aquello de que sus ondas sirven además de calentar, para matar bacterias y otras alimañas. Gran error. Se me tostaron un par de páginas, que salieron con un tono marrón degradado. Después me acordé  de Ray Bradbury y su novela, en que señala que el papel de un libro se inflama y arde a 451grados Fahrenheit, en fin.

Me gustan los libros usados porque parecen tener vida y personalidad propia. Una personalidad formada por la experiencia que da el tiempo de uso, y el trajín a que se vio sometido por los buenos o malos tratos de sus lectores, al haber pasado por distintas manos, ojos y situaciones.
Hay quien mima los libros desde el primer momento que lo adquieren, de tal manera que al terminarlos de leer conservan esa asepsia que parece tener lo nuevo. Después de leídos, quedan bien instalados y seguros en alguna repisa del salón, a veces olvidados en un cómodo rincón, dando fe de la cultura que tiene su propietario.

Para otros, los libros son un objeto más que se amontonan en cualquier lugar, que se prestan y no se recuperan: no forman parte de su historia personal ni familiar. Quizás, esto ocurre porque no fueron leídos en un momento adecuado, cuando sientes el efecto espejo en que te reconoces y te identificas, fluyendo su lectura para dejar sus huellas en nuestra memoria.

Cuando compro un libro usado con anotaciones, también compró la historia de quien lo leyó anteriormente. Busco autores que me interesen, en el mejor estado posible. No me importa que tengan subrayado palabras o párrafos enteros, o que tenga anotaciones en el lomo blanco de la hoja. Se me hace que leo otra historia paralela, que identifica un poco al anterior dueño, porque uno no ve las cosas como son, si no como somos, ya que hacemos interpretaciones sujetas a factores externos o internos, que nos condicionan todo el tiempo.

Anoto en los libros que leo, el significado de palabras nuevas para mí. Meto entre paréntesis o corchetes frases, ideas; otras veces, subrayo con una línea que dependiendo de la posición en que lo esté leyendo, sale mas o menos recta.

He comprado libros, que poco importaron al dueño a la hora de venderlos, con dedicatorias que daban muestras de fidelidad amorosa, o que confirmaban sólidas amistades. Párrafos marcados que de no ser así, no hubiera tenido en cuenta su significado, y que ese anterior, lector amigo, me hizo ver. Y le llamo amigo porque compartimos el interés y la afición, o tal vez, la pasión por ese autor, por ese tema en particular y, eso lo hizo cercano, aunque solo fuera por unos momentos.

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