miércoles, 23 de noviembre de 2011

PAN, UN DIOS ENAMORADIZO Y MUSICAL.



La mitología griega, referente inagotable de relatos originales, narra la historia de Pan, dios de la  fertilidad y la fecundidad masculina. En una de sus diez y nueve genealogías cuenta como Hermes y Dríope esperaban felices la venida de su hijo. Todo era alegría y fiesta, pero estas se acabaron cuando vieron con asombro el ser que había nacido. Tenía la cara arrugada y unos pequeños cuernos en la frente. El mentón era muy pronunciado acabando en una especie de barba, de color indefinido. Además, de la cintura para abajo, tenía el aspecto de un macho cabrío, de patas peludas y pezuñas.
 Dríope lloraba sin consuelo ante la visión de su amado hijo. Entonces Hermes, ejerciendo sus dotes de mediador, lo llevó al Olimpo envuelto en una piel de liebre para protegerle de las miradas aviesas. Cuando se lo mostró a los demás dioses, a todos les pareció un ser simpático y especial, y como hubo unanimidad en el criterio, lo llamaron Pan, que significa hijo de todos. Con el paso del tiempo fue creciendo y se convirtió en el dios de los bosques, de la brisa del amanecer y del atardecer. Era curandero, cazador y músico. Vivía libre por los bosques asustando a los hombres que osaban penetrar en ellos.




Correteaba a las ovejas en un ensayo general, para lo que sería posteriormente su eterno  asedio a las ninfas. Su virilidad y su potencia sexual,  pronto le hicieron comprender que tendría una gran aceptación, entre las diosas para las que siempre estaría dispuesto.
 Le agradaban las fuentes y las sombras de los bosques. Se escondía entre las malezas para contemplar a las ninfas y después, caía vencido por el sueño. Sólo mostraba su lado oscuro, cuando se le interrumpía de sus plácidas siestas, ya que despertaba bramando y enfurecido. Posiblemente era por que sólo entre los sueños, conseguía la unidad y la armonía que su cuerpo nunca había tenido.




 Boreas, dios del viento del norte, fue su gran competidor en el terreno amoroso. Era conocido por su violencia, gélido e insensible a todo lo que no fuera saciar su voraz apetito sexual. Ambos cortejaban a la diosa Pitis, pero esta se sentía más agradada por los galanteos musicales de Pan. Entonces,Boreas  sintiéndose despreciado y movido por los celos, destrozó el cuerpo de Pitis a golpes, arrojándolo después desde lo alto de una roca. Gea, la diosa madre, apiadándose de ella la convirtió en un esbelto pino, y desde entonces, se dice que el árbol gime de espanto, cuando sopla Boreas.

 La historia amorosa de Pan también hace referencia a Selene, la diosa luna y la atracción que sintió por este dios de cuerpo y espíritu poliforme. Pero fue de Endimión, un pastor de gran belleza, del que Selene se enamoró al verlo descansando. La diosa pidió a Zeus que lo mantuviera eternamente dormido, pero con los ojos abiertos. Este encantamiento hacía que se acercara al pastor cada noche y antes del amanecer, para saciar su apetito sexual en un cuerpo sin voluntad. Después entre las horas negras que se aproximan a la luz, Selene recorre el firmamento en su carro de plata en un ritual esférico y luminoso como ella misma.



La genealogía que más se conoce de Pan, es la que refiere el amor no correspondido de Siringa. Esta náyade vivía con sus hermanas en las orillas de los ríos. Era también curandera y andarina, recorría los bosques y nadaba en las aguas felices del ríos.
Un día Pan la vio entre los árboles y las sombras que se producen en los bosques, y comenzó a perseguirla. Ella, bellísima y delicada, se asustó a ver la deformidad de aquel cuerpo, y corrió hacia el río pidiendo ayuda a sus hermanas. Gea oyó sus gritos de auxilio y conmovida la convirtió en un cañaveral. Estaría condenada a la inmovilidad, pero cerca de las aguas, sintiendo su aliento húmedo.
 Pan, al ver lo sucedido, se arrojó sobre las cañas produciendo estas un sonido maravilloso. Después, cortó nueve cañas de distintos largos y las ató formando una flauta, de la que empezó a sacar sonidos como nunca antes  se habían oído. A partir de entonces a esa flauta se la llamó siringa, en honor a esta historia. De alguna manera llegó a las primitivas culturas de América, y definitivamente se instaló, entre el altiplano y los pueblos del sur. Su sonido aún suena a lamento de amor no correspondido.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LAS MALAS PALABRAS


Roberto Fontanarrosa, escritor y humorista gráfico, en un congreso de la lengua en Argentina, preguntaba a los oyentes, porque eran malas, las malas palabras, ¿son malas porque les pegan a las otras? ¿son de mala calidad y cuando uno las pronuncia se deterioran?. Con estas preguntas no hacia sino evidenciar lo absurdo de un lenguaje oficial y estereotipado, que se impone desde una cultura dominante. Nos comunicamos con un lenguaje con el que muchas veces no nos reconocemos, clichés del habla, frases listas para usar, preensambladas por las cabezas pensantes de turno. No es de extrañar entonces que ante un habla dominante surjan como consecuencia las lenguas disidentes. En esa disidencia, en la exclusión del espacio institucional, se encuentran instaladas las malas palabras.

Mijail Bajtin, el teórico y filósofo del lenguaje soviético, decía que las groserías, juramentos y obscenidades, son los elementos extraoficiales del lenguaje.
Paradójicamente, las malas palabras conforman la parte mas viva de cualquier habla, son genuinas, aparecen en los momentos en que menos controlamos las emociones y los instintos. Son huidizas y con un gran aprecio por la libertad; revindicadoras de lo espontáneo, de lo que no es tamizado por nuestra mente.
El lenguaje como una entidad viva, se transforma, cambia de apariencia y se adapta al momento socio-cultural por el que pasa. Se mimetiza en el espacio-tiempo como una suerte de animal en busca de sobrevivencia.
Las malas palabras en el contexto del lenguaje no oficial o marginal, se utilizan en todas las edades, clases sociales y en todas las culturas. Con ellas, en la adolescencia, construimos muros detrás de los que nos refugiamos, creando un lenguaje complicado, con juegos de palabras, antinómicos y malabarismos lingüísticos en un afán de no ser comprendidos. Buscamos originalidad, así como buscamos desesperadamente configurar nuestra personalidad todavía virgen. El adolescente se hace especialista en el arte de reducir la sintaxis al mínimo; la premura con que se vive a esas edades, les lleva a economizar las palabras, convirtiéndolas a veces en sonidos carentes de significado lógico. Más tarde y con los años, el lenguaje se vuelve mas convencional al convertir el pensamiento en palabras, ya que nos identificamos  más con lo que pensamos que con lo que decimos.

 Sandor Márai en su novela “El último encuentro” nos dice: “Uno acepta el mundo poco a poco y muere. Comprende la maravilla y la razón de las actuaciones humanas. El lenguaje simbólico del inconsciente… porque las personas se comunican por símbolos, ¿te has dado cuenta? Como si hablaran un idioma extraño, chino o algo así, cuando hablan de cosas importantes, como si hablaran un idioma que luego hay que traducir al idioma de la realidad. No saben nada de si mismas. Solo hablan de sus deseos, y tratan desesperada e inconscientemente de esconder, de disimular. La vida se vuelve casi interesante cuando ya has aprendido las mentiras de los demás, y empiezas a disfrutar, viendo que siempre dicen otra cosa de lo que piensan, de lo que quieren de verdad”.

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