miércoles, 26 de marzo de 2014

MICROFICCIONES




Yo todo lo consulto con mi almohada porque la sé de buen juicio. Ella me escucha en silencio y me responde con sensatez. En la conversación interviene la frazada. (Al final, siempre le hago caso al colchón, que es un irresponsable.)

Mi cara en los sueños no coincide con mi cara en el espejo. Mi cara en el espejo no coincide con mi cara en las fotografías. Mi cara en las fotografías no coincide con mi cara en movimiento. Mi cara, decididamente, no coincide.

Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.

Un grito entra por la ventana. Si lo dejo salir, volverá a molestarme. Rápidamente bajo las persianas y me entiendo con él. Le propongo sonar libremente en los horarios que prevé el reglamento. Él es frugal. Yo soy generosa. Sin embargo la convivencia nos resulta imposible. A la larga dormir toda la noche con un grito reprimido suele traer dolores de cabeza.

A veces me despierto de visiones horribles, agitada, angustiada, llorando. Para calmarme le pido a mi marido que me deje apoyar la cabeza en su cuerpo y me abrace bien fuerte con todos sus tentáculos.


Microficciones de Ana María Shua

Ana María Shua 1951, escritora argentina, amante de la escritura y la lectura, como ella misma declara en Confieso que he leído, aparte de su Maestria en Artes y Literatura, se ha diversificado en la publicidad, el periodismo y ha escrito guiones para cine. Microficciones está sacado de La sueñera, libro difícil de clasificar ya que contienen distintos géneros, entre ellos, estas Microficciones.


Imagen tomada de la red



martes, 4 de marzo de 2014

CARACAS, LUCES Y SOMBRAS DE LA CIUDAD






Esta tarde salí al balcón, lo tenía olvidado. El perejil y el tomillo resisten a mi falta de atención y al olvido del agua. Hasta mi balcón se volvió poco confiable, son varias las veces que uno lee sobre el destino de balas perdidas, que  encuentran alguien que quiso ver más allá de su cuadricula habitacional. Esta mañana, no oí a las guacamayas pasar en dirección al este, creo que también andan confundidas. Entre los gases lacrimógenos y el ruido de los aviones que vuelan haciendo pruebas para la conmemoración del 5 de marzo, están como todos, a la expectativa. Se agudizan los sentidos, cualquier ruido se vuelve extraño, y uno desconfía. La calle se activa con marchas de todos los colores e ideologías. A todos nos mueve la misma sensación de miedo indivisible, pero que toma distintas formas, como el agua, según qué la contenga. Los miedos son libres y es difícil someterlos. Las carencias, la educación y el estrato social del que procedan, los condicionan. La vida entonces, se vuelve frágil, casi volátil. En la mañana se salió a la calle con ella y en la noche, había desaparecido. Las mismas palabras huecas, los eufemismos que las  envuelven y las camuflan. Porque las palabras se vuelven armas, y no precisamente cargadas de futuro. La violencia aflora, la verbal, la física. Emerge junto con el miedo, lo peor del ser humano, lo oscuro, lo sublimado. El desconocimiento del otro, como persona con derechos, se vuelve ajeno, extraño, habitante de otra tierra lejana y enemiga. Mientras tanto, la ciudad se va apagando, recogiendo en sí misma, buscando su postura fetal que la proteja de males por venir. Los comercios por falta de mercancías de todo tipo, bajan las santamarías, acortando horarios, haciendo inventarios que alarguen el tiempo de colgar el cierre indefinido. Los colegios reciben algunos niños soñolientos, las maestras dicen que ellas están ahí, pero que es difícil garantizar nada. Los niños no entienden mucho, sólo lo viven y guardan en su memoria. Los viejos se repliegan buscando su concha. La ciudad pasa de su noche oscura y solitaria por el miedo, al estruendo de los cacerolazos y las hogueras prendidas.

Fotografía de Machal Batory, tomada de la red
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...