El
día que inauguró en México 1977, el 1° Congreso Internacional de la Lengua
Española, rodeado de los grandes señores de las letras, no pudo dejar de expresar su
inconformidad: "A mis doce años de edad
estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba
me salvó con un grito: Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin
detenerse, me dijo: Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe.
Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y
con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras. En ese
sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la
gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros.
Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto
debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos
pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos
infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros,
los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo
presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en
vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos.
Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las
haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos
más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer
lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. Y que de
nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron
como si fueran dos y siempre sobra una?"
Imágenes tomadas de la red